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#16 Matanza de los Cananeos

February 19, 2013
P

Pregunta 1:

En los foros, se han plantado algunas preguntas buenas sobre el tema de Dios ordenando a los judíos a cometer “genocidio” a las personas que vivían en la tierra prometida. Como usted ha señalado en algunas de sus obras escritas, este acto no encaja con el concepto del Occidente de Dios siendo un viejo rico complaciente en el cielo. Ahora bien, ciertamente podemos encontrar una justificación para que esas personas vinieran bajo el juicio de Dios debido a sus pecados, idolatría, sacrificio de niños, etc.…Pero una pregunta más difícil es la matanza de los niños y de los bebés. Si los niños suficientemente jóvenes y los bebés son inocentes del pecado que la sociedad ha cometido, ¿cómo (re)conciliamos ese mandato de parte de Dios de matar a los niños con el concepto de su santidad?

Gracias,
Steven Shea

Pregunta 2:

He escuchado que usted justifica la violencia del Antiguo Testamento sobre la base de que el hecho que Dios utilizó el ejercito de Israel para traer juicio a los cananeos y para su eliminación es algo moralmente bueno, ya que ellos estaban obedeciendo el mandato de Dios (sería algo malo si ellos no hubiesen obedecido a Dios a eliminar los cananeos). Esto es un poco parecido a cómo los musulmanes definen la moralidad y justifican la violencia y otras acciones moralmente cuestionables de Mahoma (los musulmanes definen la moralidad como hacer la voluntad de Dios). ¿Puede usted ver alguna diferencia entre la justificación que usted menciona del Antiguo Testamento y la justificación musulmana de Mahoma y los versículos violentos del Corán? ¿Es la violencia, los versículos y las acciones moralmente cuestionables del Corán un buen argumento cuando una persona habla con los musulmanes?

Anónimo

United States

Respuesta de Dr. Craig


R

Según el Pentateuco (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento), cuando Dios convocó a su pueblo para que saliera de la esclavitud en Egipto y a que regresaran a la tierra de sus antepasados, él les ordenó a matar a todas las tribus cananeas que vivían en la tierra (Deuteronomio 7.1-2; 20.16-18). La destrucción debía ser por completo: todos los hombres, mujeres y niños debían de ser asesinados. El libro de Josué cuenta el relato de Israel llevando a cabo el mandato de Dios en ciudad tras ciudad por todo Canaán.

Esos relatos ofenden nuestras sensibilidades morales. Sin embargo, es algo irónico que nuestras sensibilidades en el Occidente han sido grandemente, y para muchas personas inconscientemente, moldeada por nuestro patrimonio judeo-cristiano, el cual nos ha enseñado el valor intrínseco de los seres humanos, la importancia de justicia en lugar de capricho y la necesidad de que el castigo vaya en acorde con el delito. La misma Biblia inculca los valores que estos relatos parecen quebrantar.

El mandato de matar a todas las tribus cananeas es discordante precisamente porque parece estar tan en desacuerdo con el retrato o imagen de Yahvé, el Dios de Israel, que se pinta en las Sagradas Escrituras de los hebreos. Contraria a la retórica insultante de algunas personas como Richard Dawkins, el Dios de la Biblia hebrea es un Dios de justicia, que sufre, y es un Dios de compasión.

Usted no puede leer los profetas del Antiguo Testamento sin tener un sentido del cuidado profundo de Dios por los pobres, los oprimidos, los que han sido pisoteados, los huérfanos, y así sucesivamente. Dios exige leyes justas y gobernantes justos. Literalmente, Él les ruega a las personas que se arrepientan de sus formas injustas a fin de no tener que juzgarlas. “Tan cierto como que yo vivo —afirma el Señor omnipotente—, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva” (Ezequiel 33.11).

Él envió un profeta inclusive a la pagana ciudad de Nínive porque sentía compasión por los habitantes de la ciudad, “que no distinguen su derecha de su izquierda” (Jonás 4:11). El mismo Pentateuco contiene los Diez Mandamientos, uno de los más grandiosos de los códigos morales de la antigüedad, el cual le ha dado forma a la sociedad Occidental. Hasta la restricción “ojo por ojo y diente por diente” no era una receta para venganza sino un control para los castigos excesivos para cualquier crimen, que servía para moderar la violencia.

El juicio de Dios es cualquier cosa pero no es caprichoso. Cuando el Señor anunció Su intención de juzgar a Sodoma y Gomorra por sus pecados, Abraham con denuedo pregunto,

¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás y no perdonarás a aquel lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacerlo así, que hagas morir al justo con el impío y que el justo sea tratado como el impío. ¡Nunca tal hagas! El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo? (Gen. 18.23-25).

Como un comerciante del Medio Oriente regateando, Abraham continuamente reducía el precio y cada vez Dios satisfacía el precio sin ninguna vacilación, asegurándole a Abraham que si había hasta diez personas justas en la ciudad, Él no iba a destruirla por amor a ellos.

Así que entonces, ¿qué está Yahvé haciendo cuando les da el mandato a los ejércitos de Israel de exterminar los pueblos de Canaán? Es precisamente porque hemos llegado a esperar a Yahvé a actuar de manera justa y con compasión que encontramos esos relatos tan difíciles de entender. ¿Cómo puede Él ordenar a los soldados a asesinar los niños?

Ahora bien, antes de intentar decir algo en forma de respuesta a esta pregunta difícil, deberíamos primero hacer una pausa y preguntarnos lo que está en riesgo aquí. Supongamos que estamos de acuerdo que si Dios (quien es perfectamente bueno) existe, Él no pudo haber emitido dicho mandato. ¿Qué sigue? ¿Que Jesús no se levantó de entre los muertos? ¿Que Dios no existe? ¡Difícilmente! Así que ¿cuál está supuesto a ser el problema?

Con frecuencia he escuchado a los divulgadores plantear este problema como una refutación del argumento moral a favor de la existencia de Dios. Pero eso es claramente incorrecto. La afirmación de que Dios no pudo haber emitido ese mandato no falsifica o debilita ninguna de las dos premisas en el argumento moral de la manera que lo he defendido:

1. Si Dios no existe, los valores morales objetivos no existen.
2. Los valores morales existen.
3. Por lo tanto, Dios existe.

De hecho, a medida que el ateo piense que Dios hizo algo moralmente malo cuando ordenó la exterminación de los cananeos, él afirma la premisa (2). Así que ¿cuál está supuesto a ser el problema?

El problema, me parece, es que si Dios no pudo haber emitido ese mandato, entonces los relatos bíblicos deben ser falsos. O los incidentes realmente nunca ocurrieron sino que simplemente son folclores israelitas; o como alternativa, si ellos lo son, entonces Israel, dejándose llevar de un arranque de fervor nacionalista, pensando que Dios estaba de su lado, afirmó que Dios le había ordenado a cometer esas atrocidades, cuando en efecto Él no lo había hecho. En otras palabras, ese problema realmente es una objeción a la inerrancia de la Biblia.

De hecho, irónicamente, muchos de los críticos del Antiguo Testamento están escépticos de que los acontecimientos de la conquista de Canaán hayan realmente ocurrido. Ellos toman esos relatos como parte de las leyendas de la fundación de Israel, similar a los mitos de Rómulo y Remo y la fundación de Roma. Para esos críticos el problema de Dios emitiendo ese mandato se evapora.

¡Ahora bien, eso pone el tema en una perspectiva totalmente diferente! La pregunta de la inerrancia de la Biblia es una pregunta importante, pero no es como la existencia de Dios o como la deidad de Cristo. Si nosotros los cristianos no podemos encontrar una respuesta buena a la pregunta que tenemos ante nosotros y estamos persuadidos de que ese mandato no es consistente con la naturaleza de Dios, entonces, vamos a tener que renunciar a la inerrancia de la Biblia. Sin embargo, no deberíamos dejar que el no creyente que plantea la pregunta se retire pensando que eso implica más de lo que implica.

Pienso que un buen comienzo para este problema es de enunciar nuestra teoría ética que subyace nuestros juicios morales. Según la versión de la ética del mandamiento divino que yo defiendo, nuestros deberes morales están constituidos por los mandatos de un Dios santo y amoroso. Dado que Dios no se emite mandatos a sí mismo, Él no tiene deberes morales que cumplir. Él ciertamente no está sujeto a las mismas obligaciones y prohibiciones morales que estamos sujetos nosotros. Por ejemplo, yo no tengo ningún derecho de quitarle la vida a una persona inocente. El que yo haga eso, se convertiría en asesinato. Pero Dios no tiene esa prohibición. Él puede dar y tomar la vida como a Él le parezca. Todos reconocemos esto cuando acusamos alguna autoridad que presume tomar la vida a alguna persona de que está “jugando ser Dios.” Las autoridades humanas se atribuyen a sí mismos los derechos que únicamente le pertenecen a Dios. Dios no está bajo ninguna obligación de extender mi vida ni un segundo más. Si Él quisiera matarme ahora mismo, ese es Su prerrogativa.

Lo que eso implica es que Dios tenía el derecho de tomar las vidas de los cananeos cuando Él lo creía ser apropiado. De cuanto tiempo ellos vivirían y cuando ellos iban a morir era asunto de Él.

Por lo tanto, el problema no es que Dios terminó las vidas de los cananeos. El problema es que Él ordenó a los soldados israelíes a terminar con ellos. ¿No es eso lo mismo que ordenar a alguien a cometer un asesinato? No, no lo es. Más bien, dado que nuestras obligaciones morales están determinadas por los mandatos de Dios, eso es ordenar a alguien a hacer algo que, en ausencia de un mandamiento divino, hubiese sido un asesinato. El acto era moralmente obligatorio para los soldados israelitas en virtud del mandato de Dios, a pesar de que si ellos lo hubieran llevado a cabo en su propia iniciativa, hubiese sido malo.

En la teoría del mandamiento divino, Dios tiene el derecho de ordenar una acción, lo cual, en ausencia de un mandato divino, hubiese sido un pecado, pero que ahora es moralmente obligatorio en virtud de esa orden.

Todo bien, pero ¿no está ese mandato contrario a la naturaleza de Dios? Bueno, vamos a ver el caso de una manera más cuidadosa. Tal vez es significativo que el relato de la destrucción de Sodoma de parte de Yahvé (juntamente con sus garantías solemnes que le hizo a Abraham de que si había la cantidad de diez personas justas en Sodoma, la ciudad no iba a ser destruida) forma parte del trasfondo para la conquista de Canaán y del mandato de Yahvé de destruir las ciudades de allá. La implicación es que los cananeos no eran personas justas sino que habían caído bajo el juicio de Dios.

De hecho, antes de la esclavitud de Israel en Egipto, Dios le dijo a Abraham,

“Ten por cierto que tu descendencia habitará en tierra ajena, será esclava allí y será oprimida cuatrocientos años… Y tus descendientes volverán acá en la cuarta generación, porque hasta entonces no habrá llegado a su colmo la maldad del amorreo [una de las tribus cananeas]” (Génesis 15.13, 16).

Pensemos sobre esto. Dios suspendió Su juicio de los clanes cananeos por 400 años porque la maldad de ellos no había llegado al punto de intolerancia. Ese es el Dios paciente que conocemos en las Sagradas Escrituras de los hebreos. Él hasta permitió que Su propio pueblo sufriera cuatro siglos en esclavitud antes de determinar de que los pueblos cananeos estaban maduros para cosechar el juicio y para sacar a su pueblo de Egipto.

Para el tiempo de su destrucción, la cultura cananea era, de hecho, depravada y cruel, adoptando prácticas como la prostitución ritual y el sacrificio de niños. Los cananeos tenían que ser destruidos “para que no os enseñen a imitar todas esas abominaciones que ellos han hecho en honor de sus dioses, y pequéis contra Jehová, vuestro Dios” (Deuteronomio 20.18). Dios tenía razones moralmente suficientes para dejar caer su juicio sobre Canaán e Israel fue meramente el instrumento de Su justicia, de la manera que siglos después Dios iba a usar las naciones paganas de Asiria y Babilonia para juzgar a Israel.

Pero ¿Por qué tomar las vidas de inocentes niños? La terrible totalidad de la destrucción sin duda estaba relacionada con la prohibición para Israel de asimilar las naciones paganas. Al ordenar una destrucción total de los cananeos, el Señor dijo, “No emparentarás con ellas, no darás tu hija a su hijo ni tomarás a su hija para tu hijo. Porque apartará de mí a tu hijo, que serviría a dioses ajenos. Entonces el furor de Jehová se encenderá contra vosotros y os destruirá bien pronto” (Deuteronomio 7.3-4). Este mandato forma parte integral de la fábrica completa de la compleja ley ritual judía que distingue las prácticas puras e impuras. Para una mente contemporánea del Occidente, muchas de las regulaciones en la ley del Antiguo Testamento parecen ser algo absolutamente rarísimo y sin sentido: no mezclar la lana con el lino, no utilizar los mismos trastes para la carne y para los productos derivados de la leche, etc. La idea primordial de esas regulaciones era de prohibir varios tipos de mezcla. Se estaban haciendo líneas claras de distinción: esto y no lo otro. Eso servía como recordatorios diarios y tangibles de que Israel era un pueblo especial apartado para el mismo Dios.

En una ocasión hablé con misionero en la India que me dijo que la mente oriental tiene una tendencia inveterada hacia una fusión. Él dijo que los hindúes al escuchar el Evangelio se reirían y dirían, “¡Sub ehki eh, sahib, sub, ehki eh!” (¡Todo es Uno, sahib, Todo es Uno!” [Para los que hablan indostaní, perdonen mi transliteración]). Se hacía casi imposible que el misionero los alcanzara porque aun las contradicciones lógicas eran subsumidas en la totalidad. ¡Él decía que él pensaba que la razón que Dios le dio a Israel tantos mandatos arbitrarios acerca de lo que era puro e impuro era para enseñarles la Ley de Contradicción!

Al establecer dichas dicotomías fuertes y duras, Dios le enseñó a Israel que no iba a tolerar ninguna asimilación o integración a una idolatría pagana. Esa era Su manera de conservar la salud y posteridad espiritual de Israel. Dios sabía que si a los hijos de los cananeos se les permitía vivir, ellos iban augurar la destrucción de Israel. La matanza de los niños cananeos no sólo sirvió para prevenir la asimilación a la identidad cananea sino que también sirvió como una ilustración terrible y tangible para Israel de que era un pueblo apartado exclusivamente para Dios.

Además, si usted cree, como yo, que la gracia de Dios se extiende a las personas que mueren en su infancia o como niños, la muerte de esos niños realmente fue su salvación. Estamos tan comprometidos con una perspectiva terrenal, naturalista que se nos olvida que las personas que mueren están felices de renunciar a esta tierra por el gozo incomparable del cielo. Por lo tanto, Dios no le hizo nada malo a esos niños cuando les quitó la vida.

¿A quién, entonces, perjudicó Dios cuando ordenó la destrucción de los cananeos? No a los adultos cananeos, ya que ellos eran corruptos y eran merecedores del juicio. No a los niños, ya que ellos heredan la vida eterna. ¿Quién, entonces, fue perjudicado? Irónicamente, creo que la parte más difícil de todo este debate es el aparente daño que se hicieron los mismos soldados de Israel. ¿Se puede imaginar lo difícil que sería el tener que entrar a una casa y matar a una mujer aterrorizada y a sus niños? El efecto de la brutalidad en esos soldados de Israel es alarmante.

Pero entonces, otra vez, estamos pensando de esto desde un punto de vista cristiano, que viene del occidente, ya que en el mundo de la antigüedad, la vida ya era brutal. La violencia y la guerra era un hecho de la vida para las personas que vivían en el Cercano Oriente. La evidencia de ese hecho es que las personas que contaban esos relatos aparentemente no pensaban nada de los que se les ordenó a hacer a los soldados israelitas (en especial si los relatos eran leyendas de la fundación de la nación). Nadie estaba retorciéndose las manos sobre los soldados teniendo que matar a los cananeos. Aquellos que lo hicieron, fueron héroes nacionales.

Además, se ve de nuevo el punto que hago arriba. Nada más podría ilustrarles mejor a los israelitas la seriedad de su llamado como una nación apartada exclusivamente para Dios. Con Yahvé no se podía jugar. Él hablaba en serio y si Israel apostataba lo mismo le podía suceder a ella. Como decía C. S. Lewis, “Aslan no es un león domado.”

Ahora bien, ¿Cómo se relacionada todo esto con el yihad del Islam? El Islam ve la guerra como un medio de propagar la fe musulmana. Este divide el mundo en dos: el dar al-Islam (el Hogar de la Sumisión) y el dar al-harb (El Hogar de la Guerra). El Hogar de la Sumisión se refiere a las tierras que han sido traídas a sumisión al Islam. El Hogar de la Guerra se refiere a esas naciones que todavía no han llegado estar en sumisión. ¡Esa es la manera que el Islam realmente considera al mundo!

Por contraste, la conquista de Canaán representó el juicio justo de Dios sobre esas naciones. ¡El propósito no era de hacer que ellos se convirtieran al judaísmo! La guerra no estaba siendo usada como un instrumento para propagar la fe judía. Además la matanza de los cananeos representó una circunstancia inusual, no un medio de comportamiento regular.

El problema con el Islam, entonces, no es que tiene la teoría moral equivocada; es que tiene el Dios equivocado. Si el musulmán piensa que nuestros deberes morales están constituidos por los mandamientos de Dios, entonces estoy de acuerdo con él. Pero los musulmanes y los cristianos difieren radicalmente sobre la naturaleza de Dios. Los cristianos creen que Dios es todo-amoroso, mientras que los musulmanes creen que Dios ama solamente a los musulmanes. Alá no tiene amor para los no creyentes ni para los pecadores. Por lo tanto, ellos pueden ser asesinados indistintamente. Por otro lado, en el Islam la omnipotencia de Dios mata todo, hasta Su propia naturaleza. Por lo tanto, Él es completamente arbitrario en la forma que trata con la humanidad. Por el contrario, los cristianos sostienen que la santidad y la naturaleza amorosa de Dios determinan lo que Él ordena.

La pregunta, entonces, no es de cual teoría moral es correcta, sino ¿Cuál es el Dios verdadero?

- William Lane Craig